Me abruma tomar aire para no ahogarme. Me cansa disociarme para satisfacer. A veces, confieso, me fatiga ser. Estudiar la ciencia humana me sume en un absurdo; mientras más leo, menos creo saber. Su inmanente complejidad puede exasperarme, en el intento desesperado por controlarlo todo. Advertir su dimensión requiere coraje. ¿Es mi instrumento verbal tan magistral como para satisfacer al espíritu y su materia y viceversa? solo puedo llegar a ustedes sobre él y eso otorga sensación paranoica. En realidad, me remite al viejo problema de la filosofía; la dualidad. ¿Cómo es posible que mi alma este tan lejos, paralelamente, de mi cuerpo? ¿Cómo traerlo mas acá, y situar al otro, más allá? es una sentencia. Y una condena no en la cognición; la condena y la procesión se lleva por dentro. Se siente en las entrañas. La humanidad se me torna ininteligible y yo me distiendo. Resopla en el miedo irracional y la nausea existencial. Por eso la conciencia atemoriza, porque lo que menos tiene es parecerse al presente y como sería si existiera este presente. A veces se toca y no importa si es ilusión o no. Hablo de los días buenos.
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